en el miserable frío, en el hambre, en la sed,
en mi justa indiferencia, no pensada.
Pensé, en dónde encuentro a Dios,
si no es en la miseria del necesitado
y en la mísera necesidad de quien requiere.
Sublime el estro que denuncia opresores,
persuade, exclama e implora a los cielos
un futuro sin miserias, ni rencores.
Cuánto quisiera que estas míseras letras
pudieran abofetearnos, cara a cara,
por tan cruel destino, que perpetras.
Nací sin prisas, sirviendo a mi gente
pues mi cobijo es sacro, de cuna real,
no tengo tiempo de ver más allá de mi tiempo,
defiendo corona, justicia, imperio, soy leal,
doy vereda angosta al infame y al demente.
Si la lírica, o la pluma, pudiesen quebrar renglones
y pudieran romper miserias, fronteras, o amargura,
como cuando donde al norte, o debajo de la línea,
aunque la tinta sea más escasa, más valiosa, o más pura,
las palabras siempre claman iguales emociones.
Me place y complace soberano acomodo,
como a cualquier inconforme sucio insurgente,
que no encuentra justa una causa que no sea la propia.
Miserables almas, impías, llenas de vacío inclemente,
que reniegan y sublevan, hasta el mismísimo lodo.
Regio es, en el breve lapso, olvidarse de uno mismo
y caer en cuenta de que altivez, caridad, miseria, recurso,
son míseros rostros, veraces, pintados en realidades distintas,
empero cosa de vivir bastante menos doble discurso
y amar bastante más, sin prosélito espejismo.
Sería como dar a la mentira el honor que no merece,
declarando la primera guerra santa al egoísmo
y darle miserable oportunidad de graduación a la esperanza,
feneciendo las raíces al fatal capitalismo
feneciendo las raíces al fatal capitalismo
mismo que, ni siquiera agoniza, mucho menos perece.
Y yo, con ojos inundados en sangre
mísera lírica y desespero, termino gritando.
Sumo mis tres agujas a todos los relojes del mundo
y, entre cuatro paredes grises, voy preguntando:
¿Quién será capaz, de asesinar el hambre?
Aquí estoy, viviendo, vegetando, muriendo.
Dejando pasar los segundos hasta la próxima desgracia,
y como cualquier miserable común, sonriendo.
Necesito pan, pero ya ni siquiera es mía la pena,
miserablemente me hago de la vista gorda
porque como todos aquí, mi miseria es ajena.
Mientras agonizo, rogando, todo mundo evade.
La muerte se burla de la miseria que nos atañe
y ningún prójimo hace algo, ni siquiera ora.
Quizás alguien llore, o, míseramente se apiade
por tanto legado occiso que bien pudo salvarnos el alma.
Me voy, sabiendo que Dios se apiada, y, un sauce llora.
Me voy, sabiendo que Dios se apiada, y, un sauce llora.
Adiós, maldita miserable miseria mía.
✍️:Esther&Su
✍️:πxel
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Ojalá, esta reflexión no se me quede en las letras o en la intención.
Sé muy bien que yo, no soy el salvador pero, ¡soy yo!
Y eso, también, debería contar...
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